La nueva mina de oro no es subterránea: es digital
En los últimos meses, hemos sido testigos de un fenómeno alarmante: identidades digitales utilizadas sin consentimiento para inscribir ciudadanos en partidos políticos en el Perú. Este tipo de incidentes no solo representa una vulneración de derechos fundamentales, sino que subraya una verdad incómoda: los datos personales ya no son simplemente información, son poder.
Al mismo tiempo, proyectos como WorldCoin han llegado a Latinoamérica con propuestas seductoras: escanear tu iris a cambio de tokens. Suena futurista, pero también peligroso. Detrás de esa tecnología hay estructuras opacas, ausencia de regulación nacional clara y una concentración excesiva del control sobre identidades digitales.
Como recuerda el experto Iván Gomolinsky, el consentimiento para entregar datos biométricos debe ser expreso, informado y granular, según los principios de la Ley N.º 29733 de Protección de Datos Personales (ver texto completo). Esto implica que una persona debería poder decidir, por ejemplo, si comparte solo su huella digital y para qué fines específicos. Sin embargo, muchos entregan su información sin comprender el destino ni las consecuencias.
La ley peruana establece claramente que los datos sensibles, como los biométricos (iris, voz, rostro), requieren protección reforzada. Y aunque exista consentimiento, este puede ser revocado, y su uso debe ceñirse estrictamente a la finalidad declarada. Pero, en la práctica, estas protecciones se debilitan cuando la ciudadanía no está informada, y las tecnológicas se aprovechan del vacío normativo o del entusiasmo ingenuo por participar en "el futuro".
La identidad no se vende. No debería ser negociada como un bien de consumo. Nuestra imagen, nuestra voz, nuestros movimientos y microexpresiones contenidas en un corto video pueden ser capturados, almacenados y manipulados sin que lo sepamos. Esa es la realidad que enfrentamos.
Y entonces, la pregunta es inevitable: ¿Tú venderías tu rostro, tu iris o tu voz por unas criptomonedas? ¿Te arriesgarías a que terminen manipulando tu identidad sin saber dónde ni con qué fines?
Como Esaú, que vendió su primogenitura por un plato de lentejas y luego se arrepintió, entregar nuestros datos a cambio de recompensas inmediatas puede tener consecuencias permanentes. No basta con decir "acepto". Hay que entender, cuestionar y exigir protección real.
El futuro digital necesita ciudadanos conscientes, gobiernos responsables y marcos legales que evolucionen con la tecnología. Porque en este nuevo siglo, la mina de oro no está bajo tierra. Está en nosotros.
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